
El déficit de oxigeno se produce al inicio de un ejercicio físico.
(A nadie le gusta trabajar de más, y a la célula tampoco). Tanto es así que en reposo, los depósitos de oxígeno se movilizan con lo justo y necesario para mantener las funciones vitales mínimas. Este justo y necesario volumen de oxígeno es conocido como “unidad metabóica”, y equivale a 3.5 ml/kg/min. Pero claro, lo que las células no saben es que para alcanzar ese colectivo (el “bus”) que se nos escapa, voy a necesitar algo de oxígeno extra. Esta demanda súbita de energía tiene nombre y apellido: déficit de oxígeno.
Por supuesto, este déficit no dura para siempre. Obligada a trabajar, la célula incrementa sus depósitos de oxígeno optimizando su transporte y mejorando su abastecimiento. Al cabo de unos minutos y frente a un leve descenso de la intensidad de trabajo, el organismo entra en un estado de equilibrio.
El déficit de oxigeno es el máximo volumen o el ritmo más alto del consumo de oxígeno alcanzable por el organismo durante la realización de ejercicios máximos o agotadores, mide la capacidad del cuerpo para transportar y utilizar el oxígeno, y es uno de los principales parámetros para la valoración funcional de la persona.
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